sábado, 25 de abril de 2009

Sobre agresiones en la cancha


En un bar de Montpellier al sur de Francia la noche del 9 de julio de 2006, al que entré un poco apresurado después de reservar en la estación mi asiento de tren rumbo a París (por partir unas horas más tarde), vi por televisión cómo Italia ganaba el partido.



¿Por qué iba yo a París?, porque pensé que Francia ganaría la final de la Copa del Mundo, así que elegí ese destino y no Roma, quería vivir el furor de los ciudadanos campeones además de presenciar el recibimiento de los franceses en “Champs-Élysées” a su flamante selección campeona. Sabemos que esto no sucedió.

Yo no me equivoqué, ¿entonces quién?

Zinedine Zidane se equivocó, así es, “Zizou” fue quien erró, el de ascendencia argelina dio tremendo cabezazo en el pecho a Materazzi diez minutos antes de terminar el partido. Todos en el bar nos preguntamos ¡¿por qué?! No había duda, la agresión del proclamado mejor jugador del torneo a posteriori, significaba perder la final, perder la Copa del Mundo de la FIFA, perder en el último momento el mundial. Aún con la esperanza de los tiros de penal por venir, lo puedo jurar, los franceses ya sentían la derrota a cuestas.

Recordé este histórico suceso después de ver la serie de patadas que como verdadero demente le soltó Pepe a Casquero en el juego de media semana. La imagen la hemos visto ya todos, definitivamente no se entiende lo que éste portugués pensó, y lo que pudo significar para el Real Madrid, se marcó penal y pudo no sólo ser la derrota de su equipo, pudo concluir en perder la liga a estas alturas del torneo.

¿Cuántos jugadores han perdido la razón y han entregado el esfuerzo de todo un equipo a la nada en un momento de calentura?

A la mente nos vendrán varios, pero no me refiero a aquellos que con la causa evidentemente perdida pierden los estribos y agreden en consecuencia de su frustración por caer derrotados. Como es el caso de Rafael Márquez con su selección más de una vez.

Hablo de aquellos que claramente yerran en su acción de agredir a un compañero de profesión con toda alevosía dejando a su rival de equipo lesionado, fracturado, ensangrentado o simplemente victimado.

Un amigo testigo en la cancha del Sevilla me contó que Bilardo gritaba a su lateral: ¡pegále!, ¡partílo!, cuando el oponente desbordaba por la banda. Ha sido una instrucción técnica venida desde la banca en muchos casos, el caso más reciente que me viene a la mente del que se rumora es cuando Villaluz es enviado inmóvil al hospital por José Manuel Cruzalta en la final Toluca vs Cruz Azul, cuando Cesar estaba deshaciendo a la defensa roja y parecía que se acercaban al título. El jugador de Toluca poco hizo de más aquel día en la cancha.

En otras circunstancias, en México tenemos penosos casos de agresión para el recuerdo. Cómo la de Ángel David Comizzo, que en la final León vs Cruz Azul el 7 de diciembre de 1997, pisa violentamente la cara de Carlos Hermosillo quien queda con la cara escurriendo de sangre y se levanta sólo para cobrar el penal que significó el campeonato para los cementeros. Al mismo Carlos Hermosillo lo vimos escupiendo más de una vez al contrario, con el América a Quirarte, y con la selección mexicana al portero sueco Tomas “El Loco” Ravelli.

En un Pachuca vs Cruz Azul, Vidrio, choca de frente con Juan Francisco Palencia y con éste en el suelo, Manuel propina un segundo golpe con el codo en la boca del “Gatillero” y la sangre corre, Palencia requirió de varias puntadas para reintegrarle el labio.

Y qué tal aquellas que dejan al agredido fuera de competencia y fuera del futbol por un largo tiempo, como en el caso de Eduardo Da Silva con Arsenal, el nacionalizado croata es fracturado en el minuto tres del juego contra Birmingham (Martin Taylor el verdugo) a unos meses de comenzar la Eurocopa de Naciones. El sufrimiento fue instantáneo por supuesto, Eduardo necesitó salir con oxigeno para salir del campo a causa del dolor y el susto que llevaba en el cuerpo con la pierna destrozada. Pero otro dolor vino, el brasilero de nacimiento no pudo jugar para Croacia el anhelado torneo europeo.

Las implicaciones de estas acciones han sido perder una final, ser expulsado, castigado el tiempo que tarde la recuperación de la víctima, etc. Pero sobre todo el sello indeleble de jugador bárbaro.

Zidane no será recordado por su atrocidad, su caso se convierte más bien en un hecho irónico, pues quienes ya lo daban como veterano casi en el retiro, vieron como su último destello como brillante futbolista, llevó a la Francia al cercano momento de levantar su segunda copa del mundo y de manera por demás legítima.

El 10 de julio de 2006, ya en París, un indigente reclamaba por las calles ¡Trezeguet!, ¡Trezeguet!, al vagabundo lo sacaban violentamente de un pequeño restaurante en el que yo desayunaba. El hombre culpaba a David por fallar el penal que Italia entera festejó, aparentemente el verdadero error, pero Zinedine había anotado ya un tiro igual en el tiempo regular del partido.